Parecían dos mundos diferentes, pero descubrí que tenían un lenguaje común.
Todo empezó con un dibujo
Ese dibujo fue el comienzo. Descubrí el Visual Thinking (a mí me encanta llamarlo en español), pero la realidad es que mundialmente es más conocido por su denominación en inglés.
Cuando empecé a explorar esta herramienta, entendí algo profundo.
Hay un momento revelador cuando tomamos un lápiz y traducimos ideas en imágenes. Hacer visibles las palabras transforma nuestra forma de aprender, de resolver problemas y de comunicarnos.
Todo comenzó en casa, tratando de explicarle ciertos conceptos a mi hija, que tiene dislexia cuando era muy pequeña. Lo que parecía una solución práctica para ayudarla a estudiar terminó siendo una bisagra en mi vida profesional. Ese recurso visual, que funcionaba tan bien en el ámbito educativo, también empezó a dar resultados sorprendentes en el mundo laboral.
Y entonces entendí: esos dos mundos no estaban tan alejados como yo pensaba.
¿Realmente están tan separados?
Lo cierto es que no. Un estudiante de hoy puede ser el profesional, emprendedor o líder de mañana.
Las habilidades que desarrollamos en un aula se proyectan, tarde o temprano, en una sala de reuniones, un proyecto empresarial o una estrategia de negocios.
Ahí fue cuando me hice una pregunta clave:
¿Por qué limitar el pensamiento visual a un solo ámbito, si tiene el poder de unirlos?
Hoy quiero compartirte tres usos esenciales del pensamiento visual que aplican, por igual, tanto en contextos educativos como en ambientes empresariales.
1. Pensar con imágenes para aprender mejor
Tanto si estás preparando un examen, yendo a clase, escuchando a un docente o a tu jefe, como si estás en una charla sobre innovación o una reunión de equipo, el pensamiento visual te ayuda a procesar mejor la información.
Al combinar palabras e imágenes, activamos zonas complementarias del cerebro que favorecen la comprensión y la retención.
Lo que entendés visualmente, lo recordás con más claridad.
Es como si abrieras dos puertas diferentes al conocimiento: la verbal y la visual.
Y cuando las usás juntas, el aprendizaje se potencia.
2. Ver el problema para poder resolverlo
Cuando una situación se vuelve compleja —ya sea una estrategia, una dificultad de aprendizaje o un proyecto de equipo—, dibujar ese problema te permite liberar espacio mental y ganar claridad al ver los componentes, las conexiones, cómo se relacionan las ideas.
Es como sacar las piezas de un rompecabezas y verlas sobre la mesa.
Te permite ver lo que antes no veías.
Tangibilizar las palabras nos ayuda a detectar qué parte de una idea o concepto no comprendemos, a mostrarlo a otros para “estar en la misma página”, a volver sobre ese material tantas veces como sea necesario, compartirlo, discutirlo, descomponerlo, rearmarlo, fragmentarlo y volver a armarlo.
Todo esto, a veces, lo usamos intuitivamente y funciona. Imaginá cuánto mejor puede funcionar cuando logramos hacerlo con una metodología, apoyándonos en materiales y modelos visuales confiables.
Así trabajo con docentes que diseñan proyectos educativos y con equipos que necesitan alinear objetivos: dibujar y garabatear ayuda a pensar en conjunto y encontrar soluciones.
3. Comunicar con claridad (y sin perder a nadie en el camino)
No basta con entender una idea. También hay que poder explicarla.
Y en ese momento, el pensamiento visual se vuelve un aliado fundamental.
Cuando lográs dibujar una idea, organizarla con coherencia y contarla visualmente, conectás mejor con quienes te escuchan.
Tanto si estás enseñando como si estás presentando un nuevo producto o estrategia, un esquema visual puede marcar la diferencia.
También favorece el intercambio entre quienes están escuchando esa explicación, ya que permite capturar los comentarios que van surgiendo, visibilizarlos delante de todos, sumar puntos de vista complementarios, ver aquello que no encaja. Todo eso favorece el diálogo y la colaboración entre los presentes.
Quienes trabajamos con equipos o frente a un grupo de estudiantes, sabemos lo valiosa y necesaria que se vuelve la conexión, la alineación y el intercambio de ideas.
Nos sentimos parte de la solución, nos involucramos más en el logro de los resultados, lo que se traduce en compromiso.
Si llegaste hasta aquí, estoy convencida de que has vivido —o sabés— lo que sucede cuando todo esto no funciona. Cuando, tras una reunión, los participantes se van sin tener una visión global del problema, o cada uno se retira con ideas distintas. No queda claro quién se hace cargo de qué en ese proceso o decisión que se expuso. Todo queda en el plano de las ideas.
En cambio, si está plasmado y visible, esos malentendidos se reducen o desaparecen, según qué tan efectiva haya sido tu comunicación.
Una herramienta para unir, no para dividir
Estos tres usos —aprender, resolver, comunicar— no compiten entre sí.
Se entrelazan todo el tiempo en mi trabajo, y en el de cualquier persona.
Las buenas herramientas de pensamiento sirven en cualquier contexto.
Porque nos ayudan a razonar, a entender y a relacionarnos.
Y el pensamiento visual es, sin duda, una de ellas.